miércoles, 23 de septiembre de 2009

¿Qué hay detrás de un tenedor?




En mi último año de CCH, cuando aún no decidía qué carrera estudiar, un día, desayunando huevos revueltos con jamón y hot cakes con cajeta, utilicé dos tenedores, uno para cada cosa. Y entonces sucedió: Así como Leono hacía con su Espada del Augurio, yo detuve uno de los tenedores frente a mis ojos, me le quedé viendo y, al cabo de unos segundos, lo pude ver claramente: había un minero en el tenedor...


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Las relaciones sociales derivadas del aprovechamiento de los recursos naturales, materiales y sociales, y la forma misma en la que ésta utilización se lleva a cabo, constituyen relaciones económicas que, en mayor o menor medida, nos vinculan a todos los individuos, sociedades y países unos con otros.


Y lo podemos advertir volteando a cualquier lado y observando que, prácticamente, no hay elemento alguno a nuestro alrededor cuya producción, elaboración o existencia no haya sido mediada por el trabajo humano a través de algunas (cuando no bastantes) de sus múltiples disciplinas. Por ejemplo, hablemos de un objeto tan trivial y común: un tenedor. ¿Cómo llega a mi mesa un tenedor? Desde el geólogo que determina la ubicación potencial y exacta del yacimiento o el minero que cava a decenas de metros de profundidad para extraer el mineral, hasta el distribuidor comercial de la ciudad que pone a la venta los cubiertos de mesa, una increíble cantidad de personas forman parte de la cadena de sucesos que hacen posible la existencia de un tenedor al lado de mi plato. Está el conductor del tráiler que lleva el mineral a la siderúrgica para que sea fundido; los químicos que determinan los componentes de la aleación aptos para su uso humano; los obreros de la fábrica que primeramente harán una varilla del mineral fundido en forma de cinta; los ingenieros que hacen las máquinas y los técnicos que revisan que funcionen correctamente y las reparan cuando se descomponen; el diseñador industrial que dice de qué forma y tamaña debe hacerse el tenedor; el diseñador gráfico que hace el logo de la marca de cubiertos y la publicidad con que se comercializan; el transportista que lleva los tenedores hasta el súper y los ayudantes que cargan y descargan las cajas de tenedores; el cajero que nos los cobra en el almacén y hasta el empacador que nos pone en bolsas las cosas que compramos, todos ellos forman parte del conjunto de personas que, con su trabajo, hacen posible que yo pueda sujetar un bistec para cortarlo en pedacitos antes de llevármelo a la boca.


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Descubrir que existe una interdependencia (muchas veces no declarada pero siempre manifiesta) entre quienes tuvieron que ver con un hecho tan simple como que un tenedor llegara a mi mesa, me hizo ver la dimensión tan amplia de las relaciones económicas entre todas las personas que conformamos esta sociedad.


Y entonces decidí estudiar economía.


Para que vean que los tenedores no sólo sirven para comer, aquí les dejo unas fotos mostrando otros de sus posibles usos: se les puede usar como imágen artística, como trofeo e incluso como fetiche...














miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Quiénes trabajan más, las mujeres o los hombres?






Fíjense ustedes que en mi primer entrada comentaba que en total, en México, hay casi la misma cantidad de mujeres que de hombres, (51% ♀ y 49% ♂). Pero... ¿trabajan por igual? Si sí, pues qué división del trabajo tan democrática... pero si no, pues qué división del trabajo tan desigual... A ver, piénsenle, ¿cuál será la respuesta correcta? ¿quiénes trabajan más, los hombres o las mujeres, y por qué?


De entrada, hay una bronca en cuanto a lo que se considera trabajo y lo que no. Muchas personas sólo consideran trabajo aquella actividad que les representa un ingreso en dinero o en especie. Y sin embargo, como diría mi abuelita, los calcetines y los trastes no se lavan solos; o sea que hay muchas personas que hacemos estas actividades lejos de cobrar por hacerlas (aunque ─ojo─ para muchas personas sí representa una actividad laboral). Sin embargo, la visión de que estas actividades no son "trabajo", se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que no le llamamos trabajo a lavar trastes, trapear o planchar, sino que le decimos "quehacer'" (pronúnciese la primera "e" como "i", por fa'.) Entonces resulta que el quihacer' no es trabajo, porque no me gano dinero haciéndolo, es decir, no es productivo, es más, hasta es visto como una pérdida de tiempo. (¿Lavar trastes en lugar de irme a trabajar (o de reven')? O sea, ¡por favor!). Marx, analizando el trabajo en el sistema capitalista, advirtió que todo trabajo es una actividad productiva pero que no toda actividad productiva es trabajo. Es decir, sólo las actividades útiles al proceso de la producción son consideradas "trabajo" por el sistema, y las demás pues no. Pero sí son productivas.

Y lo son porque efectivamente nos permiten mantener el sistema en funcionamiento, ¿o alguien vive en una casa que no se necesite barrer ni trapear y usa ropa que no se necesite lavar y planchar y come en trastes que no se necesiten lavar y secar? Nuestras actividades cotidianas serían imposibles si estos quihaceres' no se llevaran a cabo. Nada más imagínense llegar al excusado todo cochino, o comer siempre en trastes sucios llenos de cochambre... Guácala, hay que lavarlos aunque no nos paguen por ello ─o pagar por que los laven─.

Afortunadamente el INEGI incorpora dentro de su conteo de población 2008 la categoría de trabajo doméstico en su análisis del trabajo y las ocupaciones de las personas.

Y los datos de 2007 son los siguientes.

44.4 millones de mexicanos conforman una masa de gente que los economistas llaman población económicamente activa, PEA, que comprende a todas las personas mayores de 14 años de ambos sexos que aportan su trabajo para producir bienes y servicios económicos. El 62.4% son hombres y el 37.6% son mujeres, y llevan a cabo las siguientes actividades.


Revisemos estos datos por categoría.

Personas que sólo trabajan

(♀ 3% y ♂ 42%)

42 de cada 100 hombres única y exclusivamente trabajan, es decir, no mueven un dedo para hacer quihacer'. Mientras que tan sólo 3 de cada 100 mujeres disfrutan de sólo trabajar. ¿Eso quiere decir que los hombres son 14 veces más flojos que las mujeres? Yo no creo que quiera decir eso ─o sólamente eso─, esta distancia contiene factores cuantitativos como el hecho de que menos mujeres que hombres conforman la PEA, pero también éste mismo factor cuantitativo tiene un sustrato cultural, como por ejemplo la idea de que las mujeres no deben trabajar sino quedarse en casa.

Personas que trabajan y estudian
(♀ 1% y ♂ 2%)

Resulta ser que el doble de hombres que de mujeres estudian y trabajan. El estudio como factor incorporado a la vida de las personas pareciera reducir dramáticamente las diferencias de actividades entre uno y otro sexo. Sin embargo, en nuestra sociedad sigue presente la cuestionable figura culturalmente arraigada del hombre proveedor.

Personas que trabajan y hacen quehaceres domésticos

(♀ 90% y ♂ 52%)

Ah-ha-ha: aquí es donde quedan de manifiesto los grandes desequilibrios en cuanto a la realización de actividades domésticas. Si bien es cierto que en los últimos años ha habido un avance en cuanto a la participación masculina en las labores domésticas, las diferencias aún son muy marcadas. Mientras que 9 de cada 10 mujeres que trabajan colabora en quehaceres domésticos, o sea, casi todas, tan sólo la mitad de los hombres en esta misma situación realiza quehacer en el hogar.

Superheroínas y Superhéroes: Los que trabajan, estudian y hacen quehaceres domésticos

(♀ 5.811% y ♂ 3.544%)

969,601 mujeres y 982,618 hombres, juntos suman los casi dos millones de personas que estudian, trabajan y hacen quehaceres domésticos, labor realmente admirable y que significativamente alínea actividades masculinas y femeninas: ¿Será que, al compartir esfuerzos, hombres y mujeres tendemos a una división más equitativa del trabajo? Yo creo que sí, y espero que estos datos inspiren a todas esas mujeres trabajadoras a no tolerar la indiferencia de sus congéneres masculinos en todas las actividades productivas de la vida.

En realidad, esta entrada no tenía la intención de responder la pregunta de su propio título, aunque ya vimos los números. Más bien, la intención era plantear las siguientes preguntas:

¿Por qué la división del trabajo entre hombres y mujeres tiene que ser como es?

¿No puede ser de otra manera más equitativa?

martes, 8 de septiembre de 2009

El amor y la escasez: ¿qué pasa si hay más hombres que mujeres o viceversa?

Independientemente de tu preferencia sexual, ¿te resulta difícil tener una pareja? * * * * * * * * *
Si eres chava, ¿porque a tu alrededor los tipos están más interesados en beber que en ti?


¿O en jugar entre ellos a las pelotas?

¿Y no te queda de otra más que ceder ante una amiga borracha?


¿O irresistible?
¿O tu amiga cree ser heterosexual y no te da chance?
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O, si eres chavo, ¿porque no se te para ni una mosca?




¿Porque estás cansado de rogarle a esa chica?




¿O porque no te gusta compartir?




¿Te dan miedo las mujeres?




O, siendo sinceros, ¿tu amigo se te resiste?




¿O ellas no aceptan lo que tú les propones?



O... ¿simplemente porque no alcanzaste pareja?





En mi primera entrada finalizaba con la pregunta sobre qué sucede cuando hay más hombres que mujeres o viceversa en el mercado del amor... y digo mercado no porque haya compradores y vendedores de amor, sino simplemente porque existe una oferta y una demanda, los seres amorosos: los que desean ser amados, los que desean amar... Y es a ellos a quienes me refiero. Al respecto, un economista llamado Tim Harford analiza en su último libro las implicaciones que trae consigo la escasez relativa de hombres o mujeres desde una perspectiva económica, haciendo uso del modelo de oferta y demanda que utilizamos los economistas (para explicar, por ejemplo, cómo se lleva a cabo la asignación de recursos en un mecanismo de mercado.)


¿Cómo podría un economista analizar esta cuestión, no se está saliendo ya de su campo de estudio? Muchos economistas han incursionado últimamente en otras disciplinas con éxito, debido a que infinidad de fenómenos ─no sólo los estrictamente económicos─ pueden ser abordados con la lógica de la economía.


El primer supuesto que plantea el modelo del mercado del amor, es el de la racionalidad de las personas, es decir, que, en general, todos tomamos decisiones encaminadas a conseguir beneficios para nosotros mismos. El amor no es racional, pero los amantes sí lo son.


Otro supuesto básico es considerar que la mayoría de las personas quiere casarse (formar una pareja, o no quedarse sola en la vida, si se prefiere). Es decir, tenemos que considerar el hacer una pareja como un beneficio que las personas buscan, aunque muchas personas solteras son felices a sus cuarenta y tantos y otras más maldigan el día en que llegaron al altar... No obstante ello, resulta razonable pensar que la mayoría de las personas desean terminar casadas y viviendo en pareja.


Ahora bien, para amar se necesitan dos. Por simplicidad, supongamos que una pareja se compone de un hombre y una mujer, y que para nuestro modelo contamos con 20 hombres y 20 mujeres solteros metidos en una gran sala, todos ellos compatibles con todas ellas, es decir, todos los hombres posibles parejas de todas ellas. Cierto, todos somos diferentes y tenemos gustos diferentes y sería impensable que nos diera igual elegir para casarnos a la chica número 1 que a la 14 o a la 19... Pero si en este momento suponemos que no importa con quién nos casemos sino sólo el hecho de formar una pareja, descubriremos interesantes implicaciones detrás de la eleción que hagamos.


¿Cómo empezamos a formar las parejas?


Asignémosle pues un valor al beneficio que en nuestro mercado del amor hombres y mujeres obtendrían al formar una pareja, digamos $1000 pesos. (Evidentemente, los beneficios de formar una pareja no se miden con dinero, o no sólamente, pero recordemos que aquí sólo se trata igualarlos para todos ─con una cantidad de dinero─ para ver más allá de las decisiones y el comportamiento de nuestros amantes de laboratorio. En la vida real, estos beneficios pueden entenderse, por ejemplo, como la compañía, la confianza, la familia, el sexo, muchas aventuras, más amigos, compartir tiempo juntos, etc.).


Primera ronda del mercado del amor


Supongamos que, en una primera ronda, les pedimos a nuestros 20 hombres y 20 mujeres que, una vez que hayan formado una pareja, pasen a caja y cobren su cheque de $1000.


¿Cómo se los van a repartir?


En este caso, nuestros 20 hombres y 20 mujeres no tendrían ningún problema en formar 20 parejas y repartirse el botín equitativamente de tal forma que a cada persona le tocaran $500 pesos. De hecho, nadie podría aprovecharse para intentar quedarse con más de la mitad de los mil pesos, porque entonces no se haría el trato y si éste no se hace nadie podría disfrutar del beneficio de formar una pareja, es decir, de los $500 por persona. Así que, en este caso, podemos esperar que las 20 parejas se formen en la caja, cobren su cheque y disfruten de los beneficios de formar una pareja recibiendo cada uno $500 pesos de beneficio.


Segunda ronda del mercado del amor


¿Qué pasa si, por ejemplo quitamos un hombre?


Aunque parece no haber mayor problema si quitamos una persona y dejamos que 39 formen parejas, nos sorprenderemos de lo contrario, pues sólo se podrán formar 19 parejas y una mujer irremediablemente se quedará sola...


Aquí las cosas cambian. Supongamos que las parejas se empiezan a formar y a hacer fila en la caja de nuestro mercado del amor para cobrar su cheque. Es decir, diecinueve mujeres se forman junto a los diecinueve hombres de esta segunda ronda, a excepción de una de ellas, para quien no queda ninguno de ellos. Podríamos pensar que, provisionalmente, cuando las parejas están formadas en la caja, el acuerdo fue igualmente repartirse el botín de a $500 cada quien. Pero si la mujer que quedó sin pareja se comporta racionalmente (recordemos los supuestos de nuestro modelo), ¿acaso no tratará de representar un mayor beneficio para alguno de los hombres al ofrecer, por ejemplo, quedarse con menos de la mitad del cheque, digamos $400 pesos? ¡Claro que lo hará! Para ella será mejor recibir $400 pesos que quedarse sola por no formar una pareja, aunque ello implique que se interponga entre una pareja que ya hasta estaba formada en caja para cobrar su cheque. ¿Cómo pugnarán dos mujeres entre sí por un hombre? Si una de ellas ofrece recibir sólo $400 pesos, otra hará una contraoferta y dirá que acepta recibir $300. Las ofertas serán cada vez más bajas hasta que la mujer que enfrente la posibilida de quedarse sin pareja ofrezca pasar por la caja con un hombre por sólo un centavo. Él obtendrá $999.99 pesos y ella sólo un centavo, pero su centavo será para ella mucho mejor que nada.


Pero aquí no acaba el problema. En economía existe la ley del precio único, que establece que a productos idénticos, ofrecidos al mismo tiempo, en el mismo lugar y con los precios claramente visibles, se les aplicará el mismo precio. Y es ésta la situación en la que se encuentran las mujeres de nuestro mercado del amor. No importa a qué acuerdo se llegue, siempre sobrará una mujer que se ofrecerá por un centavo.


Aunque en realidad nunca se cumplen todos los supuestos para que opere la ley del precio único, estos son los resultados que arroja el modelo del mercado del amor. La falta de un solo hombre otorga a todos los demás un enorme poder de negociación, y este aumento en su poder perjudica tanto a las mujeres que no logran casarse como a las que sí lo logran.


En el mundo real, las mujeres no ofrecen dinero para conseguir esposo, sin embargo, si llevan a cabo estrategias que les den la posibilidad de salir adelante (obtener ese cheque solas o con pareja) estudiando más años, haciendo ejercicio, planificando su maternidad, etc. Pero esto, es tema de otra entrada.